Joseph RUIZ SAMANIEGO (fl. 1653-1670)
- Oigan en breve ensalada, jácara a la Navidad
- Sirenas del viento, villancico a la Virgen del Pilar (1668)
- Tocata de ministriles (1665)
- Que se abrasa Belén, villancico de Navidad
- Tierno manjar, pan divino, villancico al Sacramento
- De esplendor se doran los aires, villancico a la Virgen del Pilar (1666)
- Quien goza del amor goza lo mejor, villancico a la Expectación
- Sonoras voces el aire pueblan, villancico a la Virgen del Pilar (1664)
- No puedo más, que me voy, villancico a San Francisco de Asís
- Venga norabuena del mar la estrella, villancico a la Expectación y a la Navidad (1662)
LOS MÚSICOS DE SU ALTEZA
Coro I:
Olalla Alemán, soprano
Marta Infante, mezzosoprano
Gabriel Díaz, contratenor
José Pizarro, tenor
Coro II:
Agnieszka Grzywacz, soprano
Paz Martínez, contralto
Íñigo Casalí, tenor
Jesús García Aréjula, bajo
Lluis Coll, corneta
Jordi Gimènez, sacabuche
Francesc Xavier Banegas, sacabuche
Joaquim Guerra, bajón y bajoncillo alto
Josep Borràs, bajoncillo tiple
Fernando Sánchez, bajoncillo tenor
Carles Cristòbal, bajón
Pablo Prieto, violín
Eduardo Fenoll, violín
Prisca Stalmarski, violín
Pedro Reula, violón y vihuela de arco
Roger Azcona, violón grande
Josep María Martí, tiorba y guitarra española
Isabel Maicas, arpa de dos órdenes
Alfonso Sebastián, órgano y clavicémbalo
clave y dirección: LUIS ANTONIO GONZÁLEZ
Edición de la música: Luis Antonio González
Grabado en la iglesia de San Miguel de Daroca en septiembre 2008
Toma de sonido y motaje : Manuel Mohino
Temple mesotónico de 1⁄4 de comma
Diapasón: Tono de capilla A=415Hz. Tono de ministriles A=465Hz.
Alpha manifiesta su agradecimiento a la Parroquia de Daroca, el Ayuntamiento de Daroca, el Arzobispado de Zaragoza, el Cabildo Metropolitano de Zaragoza y el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Departemento de Musicología (Institución Milà i Fontanals)
Encargado de producción: Julien Dubois
Director artístico: Jean-Paul Combet
Producción: Alpha Productions
Patrocinadores: Fundación Orange, Université Laval (Québec, Canadá) & Gobierno de Aragón
[Comentarios ©Luis Antonio González]
La biografía de Joseph Ruiz Samaniego, formada por unas escasas y escuetas notas tomadas de documentos indirectos, no es muy distinta de la de cualquiera de los compositores españoles de su tiempo. Como en otros muchos casos, gran parte de lo que creemos saber sobre su vida pertenece al terreno de la conjetura y entre las noticias menudean las anécdotas pintorescas. Ignoramos cuándo y dónde nació. Su primera obra fechada data de 1653. En 1654 era maestro de capilla en la catedral de Tarazona, pequeña ciudad del Reino de Aragón desde la cual en 1661 pasó a la capital, Zaragoza, a ocupar la plaza de maestro de capilla de El Pilar, iglesia que rivalizaba en antigüedad, poder y esplendor con la verdadera catedral de la ciudad, La Seo. Según la tradición, la primitiva iglesia de El Pilar habría sido fundada por el apóstol Santiago tras haber presenciado éste la aparición de la Virgen sobre una columna de jaspe -el pilar– a orillas del río Ebro. Los milagros atribuidos a la Virgen del Pilar convirtieron el santuario en centro de peregrinaciones, sobre todo desde 1640, año del llamado milagro de Calanda, en el cual un devoto arriero habría recuperado su pierna amputada.
Desde muchos puntos de vista la segunda mitad del siglo XVII no era la mejor época para vivir en España (hubo peste, malas cosechas, inviernos desmedidamente fríos, hambre, pobreza, derrotas militares…, aparte de la negra sombra de la Inquisición: la imagen cuadra con los textos y pinturas de vanitas tan abundantes en aquel tiempo, y choca con la sensualidad y frescura de mucha de la música que en esos ambientes se producía), pero El Pilar, pequeña iglesia que pretendía emular la magnificencia de la más rica catedral, no era uno de los peores lugares donde un músico podía trabajar. Allí, donde ejerció hasta 1670, Ruiz Samaniego dispuso de una capilla de música suficiente para ejecutar obras concertantes y policorales de gran aparato, a la moda, a razón de un cantor por parte, y tuvo a su servicio una copla de ministriles de corneta, bajón y bajoncillos, chirimías y sacabuches. También se sirvió de los violones (denominación genérica de la familia de los violines, distinguiendo entre violines para los tiples y partes intermedias, violón propiamente dicho para el bajo, y violón grande, término tal vez referido a un instrumento de 16 pies). Para el continuo o acompañamiento tuvo órganos, clavicordios (nombre español del clavecín en aquel tiempo), arpas, guitarras, archilaúdes y tiorbas. Disfrutó desde 1669 de la colaboración ocasional de los llamados músicos de Su Alteza, criados del Vicario General de Aragón e hijo bastardo del rey Felipe IV, Don Juan de Austria. Pero la existencia de Ruiz Samaniego en Zaragoza pasó por algunas miserias y penalidades. Parece que mantuvo fuertes disputas con los músicos a su cargo y con sus superiores en la jerarquía catedralicia, y que no trataba bien a los infantes o niños de coro, a los que debía no sólo enseñar música sino también alimentar, vestir y mantener en su casa (lo que al parecer Ruiz Samaniego hacía de muy mala gana, matándolos de hambre). En consecuencia, en febrero de 1670 el cabildo de El Pilar decidió despedir al maestro, pues “no cabía enmienda en su condición” a pesar de que “era buena su habilidad para el ministerio”. Da la impresión de que a pesar de todo Ruiz Samaniego permaneció en su cargo, tal vez a falta de otro maestro mejor, hasta su muerte en diciembre de 1670. Entre tanto Don Juan de Austria, a quien Ruiz Samaniego dedicó algunas composiciones y de cuyo contacto debió de beneficiarse en los momentos de mayor tribulación, le pagaba ciertas sumas de dinero con el fin de que educara y tuviera en su casa a algunos prometedores aprendices de músicos a los que protegía, y también le facilitó la compra de un clave. Instrumentista y compositor aficionado, Don Juan sostenía un conjunto de músicos de cámara para los cuales se procuraba música no sólo española, sino también procedente de Italia y otros países europeos. En este ambiente tal vez Ruiz Samaniego pudiera tener acceso a repertorios poco frecuentes en las capillas españolas. Su música conservada -unas doscientas composiciones- demuestra que gustaba de experimentar con las combinaciones vocales e instrumentales que le permitían los efectivos que tenía a mano, así como con los timbres (esto se evidencia en algunas piezas donde pide que varios instrumentistas ejecuten simultáneamente una misma parte). También se aprecia en sus obras un manejo afectivo del contrapunto y de la disonancia y un uso inteligente de la composición como hermenéutica de los textos.
Nuestra grabación, que incluye una breve y rara (por la escasez de estos repertorios) pieza instrumental de carácter heráldico (la Tocata de ministriles), se compone de nueve villancicos, esto es, piezas vocales de temática religiosa con texto en vulgar. Los villancicos habían aparecido en el siglo XV como música específicamente teatral. Desde el XVI, y sobre todo en el XVII, fueron asimilados por la iglesia para celebrar las principales festividades (Navidad, Epifanía, Corpus Christi, fiestas de la Virgen y de santos…). Se cantaban villancicos en maitines y vísperas, ocasionalmente en las misas y también en celebraciones devocionales o meramente lúdicas -las siestas o conciertos públicos en las iglesias-. De sus orígenes teatrales los villancicos conservaron a veces elementos de dramatización como diálogos, personajes y argumentos con una acción elemental, así como una mixtura de ingredientes sacros y profanos y ocasionales evocaciones de la música popular. Al parecer la relación con el teatro se acentuaba por el hecho de que los cantores se desmelenaban expresando los afectos de los textos, imitando a las actrices-cantantes de los teatros, lo que provocaba invectivas de moralistas y censores. Hay villancicos que se atienen a las normas del decoro religioso, pero otros van algo más allá, como el apasionado villancico al Santísimo Sacramento (tal vez para el Corpus Christi o las ceremonias de las Cuarenta Horas) Tierno manjar, pan divino, lleno de voluptuosos y explícitos gemidos, o el villancico a la Expectación (expectatio partus, celebrada el 18 de diciembre) Quien goza del amor goza lo mejor, de audaces y expresivas falsas. También hay villancicos chuscos, como la jácara navideña Oigan en breve ensalada, que abre el CD, en la cual se recrea el ambiente del hampa: los cantores se conducen como jaques, bravos, valentones o matasietes que narran las circunstancias del nacimiento de Cristo mediante un texto lleno de socarrones dobles sentidos, elaborado empalmando títulos de comedias famosas de Lope, Calderón o Moreto (hasta 36 son reconocibles). La composición -cuyas partes instrumentales han debido ser reconstruidas-, acorde con la ralea de los personajes que la cantan, recoge elementos de gran arraigo en la música popular. Elementos populares, en este caso la jota aragonesa, son reconocibles también en la introducción para coro de bajoncillos de De esplendor se doran los aires, villancico para la Virgen del Pilar (para la fiesta de la Dedicación -el 12 de octubre- o quizá para la fiesta propia de la Venida de la Virgen -el 2 de enero-) de 1666. Una misma fiesta admitía villancicos de muy diferente carácter: Sonoras voces, compuesto a 14 partes explotando la separación espacial de los coros y los ecos, es monumental y luminoso, mientras Sirenas del viento se nos antoja nocturno y lunar.
Es sabido que durante el siglo XIX numerosos escritores y viajeros románticos como Borrow, Mérimée, Ford, etc., o los fotógrafos Clifford y Laurent, difundieron la imagen de una España exótica y remota, lugar común que en ciertos aspectos aún persiste. Pero la idea ya se había forjado en el siglo XVII de la mano de algunos viajeros franceses, flamencos, italianos y británicos que en sus escritos reflejaron la extrañeza que todo lo español, incluida la música, les producía. A veces sus comentarios contenían cierto matiz despectivo, como vemos en las críticas de la Condesa D’Aulnoy, que viajó por España en 1679[1], a los cantantes españoles (“Les Musiciens ont la voix assez belle, mais ils chantent trop de la gorge”, Dixième Lettre; “communément tout le monde ne chante pas en Espagne comme l’on fait en France & en Italie”, Treizième Lettre), o en los ácidos sarcasmos del diplomático -poco, esto- y músico amateur holandés Constantinj Huygens acerca de los tonos humanos (que denomina tonos humano-bestiados y que considera música “fort Africaine”). En cualquier caso, lo que estas críticas nos dicen es que la música española de entonces presentaba algunas peculiaridades tanto en la composición como en su ejecución.
Hoy la mayor parte de la música vocal española del siglo XVII permanece todavía inédita y rara vez el público tiene la oportunidad de escucharla y disfrutarla, salvo un pequeño número de obras publicadas, por lo que también puede resultar en cierto modo exótica (sobre todo cuando, como a menudo sucede, se recurre en su interpretación a pintoresquismos tópicos y anacrónicos, de los que deliberadamente huimos). No toda esa música merece ser desempolvada: hubo compositores ramplones, de notable oficio pero talento dudoso, cuya envejecida música no puede ya decirnos nada, seguramente porque tampoco en su tiempo dijo cosa alguna de interés. Pero también hay música excepcional, de gran calidad formal y de una riqueza expresiva que todavía puede conmovernos. Sin duda Joseph Ruiz Samaniego pertenece a la nómina de compositores que deben ser rescatados del olvido. Tal vez afrontar un monográfico de estas características comporte algo de riesgo, pero estamos convencidos de que muchas obras de Joseph Ruiz Samaniego y de otros ilustres desconocidos hacen que valga la pena poner un pie sobre el abismo.
Luis Antonio González